Introducción
"Pi, pi, pi, pi." Mierda.
Me levanté nerviosa, agarré las mantas con una mano y las aparté bruscamente. Me senté en la cama y apagué de una vez el dichoso despertador.
Me puse las zapatillas con preciosos gatos dibujados y me levanté. Abrí la puerta de mi cuarto y salí por el pasillo, hasta dar a unas preciosas escaleras marrones que abrían camino a la planta inferior.
Pisé por fin el último escalón y corrí hacia la cocina.
Entré casi volando. Me senté en un taburete y cogí dos tostadas con mermelada de melocotón de la alta encimera, enfrente de mí.
Se podría decir que no mastiqué, sino que directamente tragué. Como pude, pero tragué.
Mi madre me miraba asombrada. No sabía qué decirme ni como explicármelo.
Empezó con la palabrita de siempre...

-Princesita, ¿por qué tienes prisa?

La miré, como si estuviera loca y respondí, muy secamente:

-Mamá, tengo que ir al instituto. ¿Qué estúpida pregunta es esa?

Mi madre rió y me miró con una mirada nerviosa pero divertida al mismo tiempo:

-Princesa, hoy no hay instituto. Es festivo.

<<¿Qué? O sea, me arriesgué a darme un batacazo en la estantería de encima de mi cama al levantarme, a matarme bajando a toda prisa las escaleras y a ahogarme tragando las tostadas para ¿volver a la cama?>>

-Pero... ¿cómo? ¿Festivo?

Lisa, mi madre, me miró riendo:

-Sí, cielo. Mira.-dijo, mostrándome el enorme calendario que teníamos colocado en una de las paredes del cuarto.
Miré fijamente y lo vi, allí en rojo ponía claramente que era festivo.

-Jo, mamá... ¿por qué no me lo dijiste ayer cuando volví a casa?

-Porque te fuiste directamente a la cama, sin hablar conmigo. Supuse que no querrías hablar del tema de la salida y por ello no te conté lo del festivo.

-Mm... ¡pues claro! Si me lo dijo Cyntia en el coche, al traerme a casa.

<<¡Qué suerte tienes, tonta! Que mañana es festivo... Yo tengo que ir igualmente a trabajar. ¡Oye! Espero que mientras estés debajo de las sábanas roncando como una marmota, recuerdes que tienes que quedaste conmigo en el Starbucks, ¿eh?>>

-¡Vaya cabecita loca!-se levantó, me sonrió y subió las escaleras.
Acababa de comprobar que todavía seguía en pijama. Tampoco ella tenía que ir al trabajo.

Me quedé unos segundos allí mirando las escaleras como una tonta, y un minuto más tarde, subí por ellas pensando en lo estúpida que había sido y el madrugón que había pegado sin ningún motivo.
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